viernes, 25 de mayo de 2012

Y la historia del Campito empezó

"Parece que fue ayer", dirán algunos, como siempre, pero en realidad han pasado ya 25 años. Y es que el Campito, nuestro Campito, no siempre fue nuestro. Al principio fue el Caos, como si de una Teogonía griega se tratara, y todos estábamos juntos. Eran tiempos difíciles y solo había un patio en el cole, un patio interior, con un empedrado que desolló algunas rodillas y seguro que hizo que algún diente de leche cayese antes de tiempo o alguno definitivo quedase marcado para siempre.

Entonces el comedor daba a ese patio y había unas celadoras, Silvia, Juani y Rosalía que vigilaban el recreo y ponían mercromina cuando era necesario. Por aquellos tiempos se hablaba de los canales nuevos que había en la tele, "Canal más" decíamos sin saber qué era eso del "plus". Y se hizo la luz y llegó el Campito y pudimos separarnos de los mayores, esos seres enormes que nos asustaban, cuando solo teníamos seis años, cuando alguien que midiera más de un metro y medio era una amenaza para nuestra pequeña calma de niños.

Jesús, nuestro eterno y queridísimo Jesús, hizo entonces de guardia urbano: salía a la calle y paraba los coches que subían y bajaban por la Carrera de San Francisco y entonces los niños (solo los mayores) cruzaban para ir al Campito mientras los demás seguíamos en el patio de dentro.

No teníamos túnel, eso vino luego. Los pequeños mirábamos sorprendidos y con ilusión ese patio grande, símbolo de libertad y de madurez que estaba enfrente, sin saber que también iríamos allí algún día, y que luego el patio pequeño no volvería más que en recuerdos. Era el año 89, apenas recuerdo cosas de esos años, pero sí el viejo cole, heredado de otra época, con pizarras arcaicas y parqué lleno de astillas en el suelo, con profes que ya no están y que, en algunos casos, venían hasta de sistemas y mentalidades anteriores.

Con la década nueva llegaron los cambios y fueron a mejor. Durante el verano, creo recordar, se hizo el túnel que comunicaba el cole con el Campito y sabíamos que estaría cuando volviéramos y no nos podíamos imaginar cómo sería eso de un túnel por debajo. Bendita imaginación que permite imaginar un túnel como algo fantástico, inconcebible y hacer algo nuevo nunca visto de una cosa tan banal como un túnel. El resultado fue un pasadizo de paredes blancas con gotelé muy gordo y losetas en el suelo, largo, muy largo, sobre todo si había que cruzarlo a solas, pero eso fue luego, cuando volvimos al cole otra vez, esta vez después de una larga separación.

Los otros cambios que trajeron los 90 fueron también de imagen, como en el resto del mundo, pero para hacer ese cambio en el cole tuvimos que viajar, viajar media hora todos los días hasta otro colegio, en Aluche, detrás de los campamentos donde se hacía la mili. Durante un curso académico y medio estuvimos allí y a la vuelta a nuestro cole esperábamos ansiosos ver cómo habría cambiado todo, aunque por fuera no se veía nada.

Cuando volvimos a nuestro cole, con la escalera como único recuerdo que se mantuvo de aquellos tiempos, ya éramos mayores e íbamos al Campito, o mejor dicho, ya no había mayores y pequeños, o sí, pero jugábamos todos en el mismo Campito, en dos recreos distintos, en turnos, y entonces vivimos el Campito de otra manera: ya no recordábamos esos sueños de hacernos mayores e ir al Campito, porque no éramos los mayores, solo un poco más mayores que antes, y estábamos en ese espacio amplio donde se corría, se jugaba al fútbol, al rescate, se hacía gimnasia, se hablaba, se cambiaban cromos, se jugaba a la goma y a la comba, al gol regate, se hacía la liguilla y se pasaban volando los ratos de después de comer, cuando éramos niños y la siesta no era una necesidad.

Ese Campito luego vivió otras aventuras que conoce otra gente que ha pasado por él y lo lleva en el corazón como parte de sus recuerdos.

Berta González (antigua alumna de la Paloma)